jueves, junio 21, 2012




Del otro lado.

La verdad, es que no recuerdo bien como llegué a aquel lugar, la ciudad estaba cercana a una costa que parecía mar, camine por un largo trecho hasta llegar a las puertas del psiquiátrico de la ciudad.
Entré y me encontré nuevamente con algunos murales que ya había visto antes, la fachada del edificio también me era familiar pero tenía la certeza de que no estaba en el mismo lugar geográfico. Era como si todo se hubiera trasladado a un lugar nuevo, a un lugar mejor.
El psiquiátrico ya no se encontraba en los suburbios de una ciudad agitada, ahora lo bañaban las costas de un mar furioso y a la vez calmo, un mar amigable, hermoso pintado entre un azul profundo y un color turquesa.
Cuando me puse a caminar por los jardines del centro hospitalario sentía una cierta dicha, el lugar no era hostil, las personas que Vivian ahí se veían felices, lo que encontré bastante raro, habían muchos jardines y personas que paseaban por allí. En un comienzo pensé hablar con alguien, hacer preguntas, pero luego me di cuenta que no era necesario y que tenía que pasear por los jardines al igual que las demás personas. Una sensación de paz recorrió mi cuerpo y camine hacia la puerta de salida.
La puerta de salida del psiquiátrico daba a un pequeño paseíto frente a la playa , estaba hecho con la misma arena, seguí caminando por el sendero de arena hasta que de pronto una gran ola salió del mar y me recogio, la ola rápidamente me llevó hacia dentro del mar , estire mis brazos para que alguien me ayudara, ¡el mar me estaba tragando! Y yo siempre le he tenido miedo. De pronto veo en la misma ola otras dos personas que estaban siendo recogidas, un hombre y una mujer de edad similar a la mía. Les pido ayuda y ellos me dicen que no debo tener miedo que  me deje llevar, que disfrute, que debajo de la ola habían unos buzos que daban oxigeno, que tenían unos contenedores, que esta era la única forma para cruzar al otro lado.
Me dejé llevar por las olas con una convicción de bienestar en donde el miedo a la muerte desaparecieron, me tire de espaldas a lo desconocido y no tuve miedo, me sentía feliz, me sentía afortunada, ya no existía la soledad, solo existía la inmensidad del mundo que me albergaba en ese momento, una naturaleza que me acogía y que me hacia parte de ella.
Las olas de aquel mar eran gigantes y con una espuma café como de Cappuccino, daban ganas de comerlas. De pronto llegue a la orilla de la playa del otro lado, me levante para observar cuando trecho había recorrido por mar y solo se veía la línea del horizonte, no existía el otro lado.
En la playa nueva habían unas rocas y habían llegado a la orilla – al igual que yo- los muchachos de edad similar a la mía.
Había un hombre, mayor, que los estaba esperando, tenía un bolso con unos paquetes envueltos en papel de diario, los muchachos le entregaron unos billetes mojados a cambio de algunos de los paquetes, me acerque e hice lo mismo, en un momento me di cuenta que tenía mucho dinero y que todo era muy barato. Me senté en una roca, mire el horizonte y enrolé con mi papel de pitar, encendí el porrito y disfrute, me pregunte como mierda había llegado a aquel lugar. Uruguay.

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