Del otro lado.
La verdad, es que no recuerdo bien como
llegué a aquel lugar, la ciudad estaba cercana a una costa que parecía mar, camine
por un largo trecho hasta llegar a las puertas del psiquiátrico de la ciudad.
Entré y me encontré nuevamente con algunos
murales que ya había visto antes, la fachada del edificio también me era
familiar pero tenía la certeza de que no estaba en el mismo lugar geográfico. Era
como si todo se hubiera trasladado a un lugar nuevo, a un lugar mejor.
El psiquiátrico ya no se encontraba en
los suburbios de una ciudad agitada, ahora lo bañaban las costas de un mar
furioso y a la vez calmo, un mar amigable, hermoso pintado entre un azul
profundo y un color turquesa.
Cuando me puse a caminar por los jardines
del centro hospitalario sentía una cierta dicha, el lugar no era hostil, las
personas que Vivian ahí se veían felices, lo que encontré bastante raro, habían
muchos jardines y personas que paseaban por allí. En un comienzo pensé hablar
con alguien, hacer preguntas, pero luego me di cuenta que no era necesario y
que tenía que pasear por los jardines al igual que las demás personas. Una
sensación de paz recorrió mi cuerpo y camine hacia la puerta de salida.
La puerta de salida del psiquiátrico daba
a un pequeño paseíto frente a la playa , estaba hecho con la misma arena, seguí
caminando por el sendero de arena hasta que de pronto una gran ola salió del
mar y me recogio, la ola rápidamente me llevó hacia dentro del mar , estire mis
brazos para que alguien me ayudara, ¡el mar me estaba tragando! Y yo siempre le
he tenido miedo. De pronto veo en la misma ola otras dos personas que estaban
siendo recogidas, un hombre y una mujer de edad similar a la mía. Les pido
ayuda y ellos me dicen que no debo tener miedo que me deje llevar, que disfrute, que debajo de la
ola habían unos buzos que daban oxigeno, que tenían unos contenedores, que esta
era la única forma para cruzar al otro lado.
Me dejé llevar por las olas con una convicción
de bienestar en donde el miedo a la muerte desaparecieron, me tire de espaldas
a lo desconocido y no tuve miedo, me sentía feliz, me sentía afortunada, ya no existía
la soledad, solo existía la inmensidad del mundo que me albergaba en ese
momento, una naturaleza que me acogía y que me hacia parte de ella.
Las olas de aquel mar eran gigantes y
con una espuma café como de Cappuccino, daban ganas de comerlas. De pronto
llegue a la orilla de la playa del otro lado, me levante para observar cuando
trecho había recorrido por mar y solo se veía la línea del horizonte, no existía
el otro lado.
En la playa nueva habían unas rocas y habían
llegado a la orilla – al igual que yo- los muchachos de edad similar a la mía.
Había un hombre, mayor, que los estaba
esperando, tenía un bolso con unos paquetes envueltos en papel de diario, los
muchachos le entregaron unos billetes mojados a cambio de algunos de los
paquetes, me acerque e hice lo mismo, en un momento me di cuenta que tenía
mucho dinero y que todo era muy barato. Me senté en una roca, mire el horizonte
y enrolé con mi papel de pitar, encendí el porrito y disfrute, me pregunte como
mierda había llegado a aquel lugar. Uruguay.
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