domingo, diciembre 04, 2011

Puerto Montt

Cuando desperté, tenía los ojos hinchados, me había quedado dormida llorando, ni siquiera podía abrirlos. Me miré en el reflejo de mi espejo de mano. Me di pena.
Me vestí lo más rápido posible, tratando de no mirar a nadie, pensando que de esa forma nadie me observaría, él se encontraba acostado a mi lado, no podía mirarlo, el daño había sido tan grande que me asqueaba la sensación, el lugar se volvía nauseabundo, el dolor me mareaba, eché en una mochila las cosas necesarias y camine lo más rápido, queriendo volverme invisible, sentía vergüenza, rabia, dolor, y lo peor, es que me sentía como una niña en una ciudad desconocida.
En la calle llovía, hacia frio, me puse unos lentes de sol, no podía salir a recorrer la ciudad con aquel par de ojos inyectados en sangre, hinchados, como si me hubieran golpeado, él no me golpeo físicamente, pero si hizo relucir en mi alma un dolor, una herida mucho más profunda que cualquier golpe, desde ese momento mi alma albergaría un sentimiento que me perseguiría por largo tiempo.
Camine por Puerto Montt sin rumbo, siempre había querido conocer aquella ciudad, ciudad que ahora odiaba, la odiaba porque estaba lejos de mi hogar, ahora puerto Montt era una ciudad que dolía, desde ahora aquella ciudad era un mal recuerdo, vivido y aun presente, un mal recuerdo.
Me encontraba envuelta en una situación que no entendía, en un lugar que no era el mío, sola, él me había dejado sola, desgarrando las últimas ganas y haciendo consciente el infierno que me depararía el futuro amándolo a él.
Caminando bajo aquella lluvia helada y brisa tibia de costa, me sentía como una niña abandonada, sentía el desamparo a cada paso, me avergonzaba de mí, de mí y de mi estupidez, de mí y de mi desgano. Las ciudades se vuelven eternas y vuelcan toda su miseria cuando ya no existe escapatoria, ahora pienso, la salida debía de haberla hecho en aquel momento, haber agarrado mi mochila y haber huido para siempre, pero lamentablemente la extraña sensación de sentirme una como una niña, ahogaba las ganas de emancipación, amarraba la libertad a cadenas invisibles, cadenas muy difíciles de romper.
¿Qué es lo que podía haber hecho en aquel momento?, las imágenes de la noche anterior se volvían acuosas y me causaban ganas de vomitar, pero me daba pena, me daba pena él, me daba pena él y el amor que irracionalmente sentía por mí, sentía pena, porque en ese momento comenzó a gestarse un odio irremediable, un odio irremediable hacia él y hacia mí, un odio escondido en mis mutismos, que carcomería todos los restos de un supuesto amor, que desde aquella fecha en adelante se haría presente.
Un odio escondido a través de la misericordia, a través del amor cristiano, a través de la culpa, a través del no sentir, del no deseo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

qué te hicieron fran!

Anónimo dijo...

Nada, no te preocupes
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