Que esta linda la guagüita, que esta linda la guagüita, la escucho decir tras la puerta blanca que se cierra, s-e c-i-e-r-r-a, sin motivos, la que se cerró hace tantos años “que la casa es mía”y dudo que en algún momento se vuelva a abrir.
A veces cuando voy a la cocina me mira, lo hace sin hablarme como si fuera una extraña especie en extinción, con vestido de lunares azules, de ves en cuando pega el grito en el cielo cuando me ve en paños menores–que desagrado para mis ojos- dice tranquilamente. Tampoco levanta sus cejas de emoción a causa de su enojo, me gustaría que se emocionara para yo también sentirla, ella no lo hace, ella solo se queda escuálidamente sentada en la silla de playa esperando que la tercera guerra mundial aparezca por el portón y la salude solemnemente.
Que quiere que la inviten a ser parte del desastre del mundo, seria lindo así, pero parece que ella tampoco se interesa por la destrucción de la capa de ozono o el aborto espontáneo de su nieta por haber consumido crac en la primera etapa del embarazo.
Mi madre más de alguna vez me comentó que esta señora nunca le dio de mamar, por pudor, por horror a la hija engendrada sin querer, por asco y repulsión a la soltería mal pagada, por años en el servicio al cliente preferencial, por el caminar y caminar de la muleta mal parida, de que ahora no se arrepiente de haberse arrepentido –que se le va a hacer-dice.
Y yo la escucho, y prefiero callar mientras me preparo un pan con mantequilla viendo la tele, ella camina frente al aparato y observo el cuchillo, lentamente, como escurre la sustancia que me hace engordar, pero si lo miro fijamente con el patio de fondo se lo apunto a ella que esta perfecta, y juego con las ilusiones de enterrarlo primero en su pierna, luego en su cuello, y finalmente subo a sus maravillosos ojos –que pasa mijita’ que què piensa-dice.

Nada, nunca ha pasado nada.