martes, septiembre 04, 2007

Son las cuatro de la mañana, ¿donde están sus hijos?

Todas las cosas de aquel cuarto tenían olor a mi, las paredes, las lámparas y la colcha de la cama tenían una fragancia impregnada que realmente nunca pude reconocer ,pero que los susodichos comentaban entre ellos el grado de acidez y cuanto tiempo después de los acontecimientos seguían persiguiéndolos día y noche ,remontando los momentos de ha pedazos como fotografías, sin una secuencia lógica de tiempo, no se sabia exactamente que era lo que había pasado antes y después. Lo único que yo podía opinar en las tertulias de conversaciones era que a cada uno de ellos los amaba un poco, que no podía vivir sin ellos.
Después de muchos años luego transcurrido aquel verano aun se me hacia presente aquella conversación que había surgido en la misma habitación donde yo no tenia ni nación ni patria ni madre, sino mas bien, era propietaria de un alma desnuda cubierta solamente por la humareda de su tabaco y de mi lucky, pegando la vista al techo tratando de buscar rastros en mi memoria de cosas que pensaba que nunca iba a recordar, y hasta estos momentos no existentes en mi vida. Por que abrir los pensamientos a la dimensión desconocida es algo muy complicado en la cotidianidad , pero en aquella habitación no había cotidianidad ,ni vida, ni amor , ni monjas embarazadas, solo habían rastros de los supuestos seres que la habitaban , en este caso puntual los únicos dos seres era el y yo, sumergidos en una conversación sin limites ,escarbando cada ves más, donde cada ves más duele, donde ser una pasajera en un rincón en el jardín de niños y el descanso dominical ,es la mejor butaca reservada para el psicoanálisis infantil. El recuerdo, junto a mi madre en una cama muy parecida a la de ese momento, dándome cuenta que lo que estaba pensando en ese mismo instante era el recuerdo de mi primer recuerdo, lo que conlleva que el momento que iba a relatar era mi primer pedacito de existencia no perdida.
Domingo nueve treinta minutos de la mañana, las cortinas cerradas, y el sol entrante de un verano que nunca entro, el que no disipo las cortinas, el reflejo que hacía que su brazo se hiciera aun más blanco de lo normal, y sus delgados dedos parecían dos cuerdas deslizándose por los míos como el efecto de ventana media abierta, sus ojos, su olor a letra cursiva delicadamente en manuscrita, su cuello blanco y el efecto. Lamentablemente mi lugar ahora lo ocupa otro madre mía; es el efecto de las cosas que nunca se olvidan.
Despierto de la transición de lo ya vivido y él, como si nada. Aspira humo lentamente, tomo su mano pero el reflejo no es compatible con el pasado, hago que su mano tome la mía y trato de deslizar sus dedos por los míos con suavidad, lamentablemente no hay cuerdas ni reflejos, no hay cuello, no hay ventanas, el lugar esta sumido en la oscuridad absoluta (y en las no ventanas). Tapo mi cuerpo con las sabanas de una cama muy poco otoñal tratando que el humo no cubra más mis partes, cierro mis ojos, quiero a mi madre.

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